RELATO CORTO



Me he animado a poner algunos de los relatos cortos que escribo y se han publicado en la revista Tertulia Literaria Caleidoscopio de público adulto...para el que quiera entretenerse un rato.
Os dejo alguna portada que otra...


SIN TÍTULO (2012)

Un hombre le agarró por la cintura, a ella, a la larga espera, la que nunca duerme, la que siempre sueña, la matriarca de las soledades, el eco del llanto ahogado.
Quieta camina con él, del que cae la porte, del que poco queda. Funde sus hombros a su cadera y la barbilla a su corazón. Silueta que siente dolor.
Duele el recuerdo, duele el olvido ... y ahora ... echo a estos hechos mi apuesta más arriesgada: conocer a ese varón.

MEGASECRETO_descarga directa (2012)

Una nube de datos clasificados atraviesa a diario nuestros cuerpos y mentes sin enterarnos, sin verlos, sin sentirlos. Ondas de confidencias y privacidades 10010110 reguladas por clics de ratón que huyen de un posible gran hermano felino, o más bien no tienen en cuenta su presencia omnipotente, ya que consideran que lo suyo está en la base piramidal de la jerarquía de los secretos mundiales.
Uno abre su correo electrónico y el remitente le bautiza con la sensibilidad binaria suficiente para adquirir el permiso de ver su contenido oculto. Los antiguos misterios susurrados al oído ahora se lanzan a la red con claves recónditas. Ramificaciones de información múltiple bailan en el aire esperando a que alguien las toque: es el CAOS ORGANIZADO  de los secretos que luchan contra los clics clandestinos.
         Ya no se puede decir eso de: -¿Sabes guardar un secreto? ¿Sí? Pues yo también, por eso no te lo cuento-, ahora hay que completarlo con: -…y no está en mi Facebook, Twiter, Tuenti, Blog, Myspace, LinkedIn y variados primos hermanos. Y yo que tú tampoco perdería el tiempo buscando el Google -. Así hasta el día que encuentren la forma de meterse en la intimidad de nuestros cocos.

 
PETRÓLEO EN LA LORA (2010)

Un día soleado de agosto de 2010, Ana García salió de su casa con una BH a cuestas, de esas que últimamente sólo habitan en las cochambres españolitas llenas de mugre, en el olvido y el desuso, bicis que encuentras en los anticuarios de mercadillo dominguero. A Ana le encantaba esa bici, y tras colocar su melena canosa dentro del casco, pelearse con su ascensor para poder encajonar su vehículo, y salir por el portal, se dispuso a realizar su circuito campestre por Fuentes Blancas, a darle un poco de culto al cuerpo y el solito de verano en la cara. Todo en modo Low Cost jubilado.

Aunque Ana nunca se había considerado una mujer muy mansa, anhelaba la tranquilidad que ella misma no había podido darse nunca, fingiendo placidez en sus paseos rodeados por un verdor salpicado de alquitrán. En cierto modo huía de cualquier trajín que le hiciera sentir un saco pesado a la espalada, esos ya la venían dados por sí solos, por su edad, por su educación en la culpa católica, y por el cansancio de sus recuerdos en definitiva. Cada vez que cualquier hombre descamisado, con cortinilla capilar revuelta y nariz rojita le insinuaba una sonrisa, le daban ganas de escupirle en un ojo.

Pedaleando solía entrar en trance por su circuito rutinario, volviendo en sí cuando llegaba a una rampita entre dos chopos que le permitía coger cierta velocidad al liberar sus pies de los pedales. Era el tramo más divertido.
          Le venían a la cabeza recuerdos de juventud, la mayoría sobre una misma persona, aunque el escenario iba variando. Hoy tocaba Medina de Pomar, cuando su padre, guardia civil raso, estaba destinado haciendo la vez de chófer de los jefes de destacamento o cualquier otro alto mando que tocara. García el chófer, García el picoleto, García el grande. García el captor de muchos de los recuerdos de Ana, kilo de paja y plomo que dañaba sus riñones. Cada vez que pensaba en su padre le atravesaba un relámpago de malestar, deseando sacarle de su memoria como el que quita una lapa de una roca a navaja. Siempre le recordaba con los ojos pegados por cada curva de su cuerpo, para después reprenderla a base de cinturón por cualquier miseria que no entrase en sus planes, odiándola a ella y a sí mismo,  y ocultándolo a “fustigazos”. Su madre nunca dijo nada al respecto. Y así fue hasta que entrada en la veintena, Ana decidió marcharse a Francia, como hacían las chavalas más echadas para delante, y las que podían, de los años 60, después de abandonar su trabajo como secretaria de dirección en un pequeño almacén de electrodomésticos, dónde cobraba más que su padre y nunca veía un real, como era costumbre.

          De Medina recordaba, con mucha exactitud, la llegada de un joven ingeniero, Carlos. Un hombre apuesto de ojos negro intenso, que llamaba poderosamente la atención por llevar la cabeza rapada, lo que suponía toda una apoteosis estética dentro de un pueblecito castellano. La retahíla de motes fue extensísima, aunque la mayoría de los vecinos acabaron apodándole “EL BOMBÍN”. Meses antes de su llegada, exactamente el 6 de Junio de 1964, el pozo Ayoluengo I del Páramo de Lora escupía oro negro en una tierra que normalmente solo escupía patatas y algún que otro emigrante a las costas del Cantábrico. Con el petróleo llegó el revuelo a los alrededores: - ¡Hay petróleo en la Lora!¡Petróleo en la Lora! -, saltos, gritos, volteretas y esperanzas de trabajo en un inminente yacimiento en el nuevo Texas burgalés. Así, los pozos llenos de presuntos tesoros fueron controlados por una empresa americana que contrató a personal nacional para llevar a cabo sus proyectos de extracción. La hondonada de nuevos actores se fue estableciendo en los pueblos circundantes del páramo, desde Basconcillos del Tozo a Sargentes de Lora, Tubilla del Agua, e incluso llegando a Medina, considerada una pequeña ciudad. Y así llegó Carlos al pueblo. El buen mozo se hospedaba en la casona de un viejo hombre de negocios de la capital que, venido a menos, decidió regresar al pueblo de sus padres. El hombre solía sentarse en su portal, y mientras comía pan y chorizo, se quejaba sobre el futuro arrasador del pasado con grandes perlas de sabiduría: - Desde que inventaron el cuchillo eléctrico y el bidet, ni el jamón sabe a jamón, ni el coño sabe coño…- , y así pasaba las tardes. Todos los días Carlos y Ana se cruzaban en sus idas y venidas a sus respectivos trabajos saludándose con cordialidad frente a la casona, hasta que un día el joven caballero se acercó a darle conversación, interesado por sus quehaceres, y por supuesto, por su “belleza casta”, tan alabada en el pueblo. Las conversaciones se volvieron asiduas, tanto que, como en todo buen pueblo, el cotilleo del cortejo lo sabía hasta el malandrín  más canijo con tirachinas:- El Bombín “lamerucea” a Ana entre las calles…a veces la acompaña un buen trecho…-. Realmente a Ana le importaba un comino lo que la gente hablara por ahí, Carlos era un hombre muy agradable y sólo pensar en su compañía le hacía sentirse ligera. Lo que no tuvo en cuenta fue cómo sentaría la noticia en casa, y la falta de previsión no tardó en hacerse notar. Una tarde cualquiera abrió el portón de la cochera y se encontró a su padre sentado en un madero, bien erguido, amenazante y con el cinto en la mano. Lo que vino después es fácil de imaginar, entre gritos, golpes, putas en todas sus versiones y sollozos se crea el episodio. Lo siguiente, Ana cambió su ruta hacia el almacén y nunca volvió a hablar con Carlos.

          En ese momento Ana paró la bici, se quitó el casco y el sudor de la frente con un pañuelo y un bufido: - Belleza casta, belleza casta, menuda gilipollez -. Por aquella época cualquiera de sus movimientos evitaban el contoneo, se había acostumbrado a ir tiesa como un palo por los pasillos de su casa, rauda y escurridiza como una liebre. Si a eso querían llamarlo “casto”, ella sólo podía llamarles memos. Y volvió a enfrascarse en Medina.

El caso es que a los pocos días de la somanta, en una noche de baile en la plaza al que Ana asistió, ocurrió uno de los grandes episodios esperpénticos de su vida. Sentada en una silla se sobresaltó con un pequeño grito venido de una conversación varios metros atrás: -¿Has visto a García con tol’ cogote pelao’?-, y allí, en frente, estaba su padre, cabeza rapada con chato en mano, convertido en diana, bombilla y huevo encerado para las carcajadas de todos. Una inmensa vergüenza inundó la mente de Ana, entre el ridículo y el asco, y salió de la plaza del pueblo camino a casa como el que quiere huir de una pandemia para no enfermar. Nadie se preguntó nada más allá de con qué se había trasquilado “el García”, si con arado o con hoz, y el hombre infeliz siguió entrando en cólera al no poder controlar lo que nunca iba a poder ser suyo, aunque lo marcara a fuego. Un año más tarde su padre pidió un cambio de destino a Burgos que le fue concedido. Allí fue dónde Ana, trabajando como sirvienta del alcalde, planificó a medio escondidas su marcha a Francia, lugar en el que no cobraría en cuero, hebilla y repugnancia, y además podía quedarse una parte de la pasta sin que todo acabase Desde Paris con amor  en tierras del Cid, pero sin amor.

El reloj marcaba las 5 y Ana apretó el paso, quería hacer una paradita en la Playa Fuente Prior antes de irse a casa. Cuando se alejaba,  la socorrista vendaba el feo corte en el pie de un niño llorón mientras un perro lamía un reguero de sangre.

*El petróleo de la Lora resultó no ser de buena calidad, así que la empresa americana terminó por abandonarlo y nunca vendió sombreros tejanos como suvenir. Desde 1990 Ana no se habla con sus padres y el yacimiento está en manos de Repsol.

LOS NEW ECOS Y NACISOS  SE FUERON A JUGAR (2012)

El engaño es vital para ambos, sin límites sindrómicos dentro de unas sábanas sucias y dejando a Némesis al paro.
Fulan@s de las verdades que les convienen, los amantes infieles voluntarios abren los ojos y descubren su piel llena de escamas babeadas. Comprados y vendidos, chorreados y besados, follados y saciados. No saben a dónde van. Caminan hacia la cima de sus instintos y una vez allí ven un estanque rodeado de narcisos, pero en vez de ahogarse en él deciden que esas florecillas pintarían genial en el jarrón de centro de mesa de su comedor... de hecho quedarían de vicios.
Némesis, ¡Oh diosa de Rammonte! ¿Dónde te has metido?, tu retribución justiciera es un mito transmutado en apatía, promesas perdidas en la cola de desempleo dónde los amantes abandonados dan de alta sus anhelos. No hay cabida hoy día para el desagravio de Eco, de ella sólo queda el repetitivo sinsentido acústico de su pena, el perjurio de su amor, mitad razón mitad la víscera y el comezón.

LA GUERRA FRÍA (2010)

Limonera se despertó una mañana y nada más abrir el ojo se lo escoció a sí misma. Un despertar cítrico requiere un momento de reflexión, más que nada por si merece la pena sacar los pies  del calor de la cama.
Hacía ya unos meses que su corazón había sufrido una transformación extraña. Convencida de que su romanticismo había muerto hace años, se catalogaba orgullosa como poseedora de un corazón-muro de cemento. Ahora, en cambio,  se sentía más fresca, fresca pero igual de pesada, más bien congelada. Imaginó en su interior un grueso muro de hielo totalmente transparente y brillante, un parapeto ilusoriamente perfecto que añadía el dejar entrever, de forma abstracta, lo que pasaba al otro lado. Aún así Limonera se cruzó de brazos insatisfecha.

Después de una noche de fiesta desenfrenada, que la había llevado a esa mañana, pensó que quizá sería más aconsejable comportarse como una buena naranjada o coca-cola. Todo esto era la consecuencia de un encuentro fortuito con su amante, el Limonero, macho que erizaba hasta el vello depilado a láser, y que no veía desde hacía varias semanas. El encuentro estuvo caracterizado por la sustitución de los glóbulos rojos por  granos de cebada en sangre. El final se pintó dentro de un cuarto de baño medio inundado con alicatado vibrante. Lo llamaremos:  echar un casquete polar.

El caso es que todos sus encuentros habían sido siempre similares: casquete polar en el portal, casquete polar en la cocina, casquete polar en la cama, casquete polar en la mesa, casquete polar  en el coche, casquete polar en a, b, c ,d, e, f, g, h, i, j, k… casquete polar en la picota más alta de la ciudad. ¿Había llegado la hora de derribar el muro?, en su defecto, ¿Deshelar el corazón helado? Intentó examinarse y ni idea, intentó meterse en la mente se su amante y tampoco. No obtuvo ninguna respuesta clara, más bien yema.

 - La empatía está sobrevalorada…– pensó, -…es como un anacronismo conceptual dentro de un mismo reloj.

Removiéndose casi epilépticamente entre las sábanas se encontró inmersa en un conflicto bélico indirecto con un enemigo totalmente desubicado y difusos sus intereses. No encontró ni  Verum ni Factum.

Al ver que le estaban saliendo rozaduras en las piernas y que la suavidad de sus sábanas había desaparecido, se incorporó, salió de la cama y caminó hacia la terraza pisando la ropa esparcida por el suelo que se había quitado la noche anterior. Abrió la puerta y vio que todo estaba nevado. Con la mente en blanco se lamió las paletas fijando la vista en los tejados, se rascó la nuca, y casi sin darse cuenta susurró – Bienvenidos a la nueva Glaciación-, y sintió cierta acidez de estómago.

CUENTO DE TERROR Y ESPERPÉNTICO AMOR (2011)

Era una noche oscura, de esas que parecen sostenerse en una melodía de Danny Elfman, y en las que los resquebrajos de la tierra dibujan serpentinitas negrotas. La música comenzó a acompañarse en mitad de la madrugada de los sollozos cocodrilianos de una muchacha, Julia, sentada en un claro de luz lunar en el centro de un pequeño grupo de árboles. Allí parapetada recordaba su crimen una y otra vez. Hacía pocos minutos, durante un paseo algo somnoliento en el bosquecito cerca de la ciudad, se quedó observando a una pareja sentada en un banco, el pobre Mateo y la pobre Amelia, aunque ellos aún no  sabían lo pobrecitos que iba a ser...

-Cántame una canción - le dijo Amelia a Mateo - cántame una canción -. Mateo recogió un puñado de gravilla del suelo y la dejó caer despacito - tink, tink, tink, tink…-

-Píntame la imagen más bonita del mundo – prosiguió. Mateo cogió con delicadeza la mano de Amelia y la pasó serpenteando por el suelo, haciendo surcos bailarines en el pavimento arenoso.

-Regálame la luna – y se apartó el flequillo que entretelaba en sus ojitos. Él la miró fijamente y comenzó a buscar el reflejo del astro en el cristal de su reloj, después se lo dio.

Mientras los dos seguían cosiendo su historia, la primera, Julia,  les miraba unos metros atrás. Entonces fue cuando una mezcla entre voyerismo y rabiosa, y desmesurada, y platónica envidia hizo que, una vez tuvo bien encuadrados a los enamorados, cogiera las cuatro esquinas de la panorámica, las anudara en diagonal ignorando por completo los gritos y pataleos, prensase el bulto con su manos hasta hacerlos bien pequeños y se los comiera relamiéndose los labios. Después dijo -Esas cosas no pueden estar al alcance de los diabéticos, en realidad le estoy haciendo un favor a la sociedad-. Y así fue como Julia se convirtió en asesina... e intentaba justificarse.
Ensimismada en su culpa no se dio cuenta de que entre los juncos que rodeaban el claro, se encontraba un apuesto joven de grandes quijadas que la miraba con acecho, cual lince, a la espera de recoger posibles sobras de amor. Y como no se dio cuenta, se levantó y se fue a su mugriento piso, abandonando el único reducto de naturaleza en dónde su melancolía se disfrazaba de romántica y parecía más bonita, aunque ahora se tiñera de patología homicida.
Una vez llegó a su cuchitril, se tiró en el sofá pensando que ella misma era un daño colateral del peligro de extinción de los linces, y se cagó en los documentales de Tve 2 por recordárselo.

DANZA… ¡DANZA MALDITA! (2009)

De vez en cuando es bueno agudizar el oído y atender a todo lo que roza, tiembla y  rebosa. Nada caduca por escuchar.

En un día cualquiera, cuando anda por la calle, le da la impresión de que baila una danza llena de secretos en un suelo que tirita. Normalmente se caga en todo porque cuando entra por la puerta de su querido piso todavía tiene las rodillas resentidas y un cosquilleo raro por el cuerpo... y no precisamente porque la calle le parezca orgásmica. Supone que el asfalto no va a cantarle una canción que pueda seguir, añadiendo que la gente hace demasiados coros, lo que le aturde. Se pregunta si debería pedir clases particulares a algún bailarín profesional*, porque lo que es bailar bailar… pues sólo cuando está borracha, y aparte de que no es un buen proyecto sanitario, el terreno suele temblarle bastante más.

*Ayuda profesional desechada. Le gusta mal-bailar suelta.

          En fin, ante la duda escoge un buen calzado, que harto tiene con el cambalache como para ponerse tacones, eso se lo deja a las Licenciadas en tangos. A fin de no parecer una María Schneider anunciando mantequilla, completa el ritual zapatero y se dispone a caminar a lo campana de catedral, a ver si con un poco de suerte el estruendo templa el suelo, o mata los baldosines*.  

*El número de teléfono del  podólogo se encuentra en su mesita de noche.

¿TIENES FUEGO? (2009)

He salido corriendo a la única habitación de la casa que tiene balconera para fumarme un cigarro a gusto. Ahí, escondida en la esquina y procurando no romper los geranios, se encontraba una silueta, bastante contundente, acompañada de una pequeña luciérnaga con el culo anaranjado. Fumar en dicho contexto parece una perversión sentada en una vergüenza de madera de roble.

Perversiones… ¿gustan eh? No las solemos hacer mientras nos tomamos un café, tampoco las compramos por paquetes y mucho menos se nos ocurre racionarlas, ya que las llevas a cabo lo haces poniendo toda la carne en el asador.  Bueno, en realidad esto sólo ocurre si echas a la lumbre el apocamiento, esperando que la madera noble se consuma y transforme en ceniza. *NOTA: La muy puta prende fatal.

“SE VENDE CARBÓN ESPECIAL PARA PERVERSIONAR” Es lo que voy a colgar en la puerta de mi negocio imaginario. También añadiré: “PROHIBIDO PSICÓPATAS”,  tampoco es cuestión de pasarse y llevarse un susto, no vaya a ser que alguien quiera meterse una lombriz por la nariz, o comerse su pierna, o la de otro, o fumarse a los pobres geranios. Por cierto, todo libre de impuestos. Que mala negociante voy a ser, más valdría que cada uno fuera autónomo. Al final voy a acabar fumándome este cigarro en un sótano oscuro, lo que sería un fastidio porque no notaría el viento en la cara.

Acaban de llamarme y tengo que entrar. Me toca apagar la chusta y guardarla en el bolsillo. Mañana el olor a rancio luchará cuerpo a cuerpo con Ariel Ultra Plus, vencedor de depravaciones y libertinajes (+ 16% IVA).